viernes, 24 de marzo de 2017

El Viento y la Marea

El viento y la marea.
 Esposo y mujer.
 Esencias que mutuamente se reflejan, esencias y naturalezas mutuamente interrelacionadas. Una de aparente superficialidad, otra de aparente profundidad. Todo aquello que somos tiene esas dos caras, una superficialidad aparente y una profundidad también aparente. Sólo aparentes, pues ambas están interrelacionadas y tienen componentes, características, la una de la otra. Nada hay verdaderamente superficial en lo que nosotros consideramos superficialidad. Nada hay verdaderamente profundo en lo que nosotros consideramos profundidad, si no es mediante la interrelación de ambos conceptos, si no es mediante la interrelación del yin y el yang, de los dos polos,  positivo y negativo, que nos enseñan  mediante su relación como debe recorrerse nuestro camino. Debemos recorrer nuestro camino en equilibrio, en el equilibrio que sólo nosotros tenemos derecho a decidir, en el equilibrio que sólo nosotros tenemos derecho a sentir, en el equilibrio que sólo nosotros podemos  detectar en el fluir del universo. Sólo nosotros tenemos el derecho a decidir cuál es el equilibrio en el que recorremos nuestro camino, cuál es el equilibrio entre la materialidad y la espiritualidad, entre el ego y el alma. Sólo nosotros,  sin intervención de terceros, podemos decidir de qué forma recorrer nuestro camino, como acompasar los pasos de dos pies que en principio parecen opuestos, y sin embargo se interrelacionan y necesitan mutuamente.

 Un camino que se recorre sólo con un pie es un camino en el que trastabillamos, es un camino en el que tropezamos de forma constante y recorremos sin soltura, sin alegría, sin verdadera sabiduría. En este camino ambas partes deben estar equilibradas en el punto que nosotros decidamos. Nosotros somos el eje en torno al cual se equilibra la balanza,  nosotros somos el fiel en torno al cual los platillos de la balanza deben compensarse.  En ese sentido nosotros somos verdaderos amos absolutos de nuestro camino, sólo nosotros,  sin escuchar la intervención de terceros, debemos decidir cómo recorrer nuestro camino,  qué pie y en qué forma avanzará primero, qué pie le secundará, cómo apoyarlo, cómo evitar  tropezar, cómo lograr nuestras zancadas sean uniformes, de la longitud y velocidad deseadas, pues sólo nosotros en nuestro camino tenemos derecho a decidir aquello que acontece, sólo nosotros mediante la bendición del libre albedrío, estamos en la posesión de esa capacidad completa.

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