domingo, 19 de febrero de 2017

El Akhasa


Qué es el Akhasa?
El Akhasa es la memoria viva, latiente, de todos y cada uno de nosotros, de todas y cada una de las almas que en un momento dado han encarnado en la tierra, pero también de todas y cada una de las almas que en un momento dado han vagado por ella, en forma corpórea o incorpórea,  de  todos y cada uno de los entes espirituales que en un momento dado han venido a desarrollar una labor en la Tierra, de todos y cada uno de los maestros, guías, gurús que han vivido, de los santos y de los pecadores, en definitiva, de todos nosotros.
En el Akhasa encontraremos aquello  que fuimos, aquello que somos y aquello que pudiéramos llegar a ser. Potencialidades  sí, pero hechos también. Encontraremos respuestas a muchas de nuestras preguntas, aunque otras queden desdibujadas, pues algunas  respuestas no estamos preparados todavía para obtenerlas.
No debemos aspirar a  encontrar más conocimiento del que en un momento dado merezcamos. Sí debemos aspirar a encontrar aquello que merezcamos en el camino, pues sólo la justicia encontraremos en el camino, sólo encontraremos aquellas respuestas que nos merezcamos, aquellas respuestas que necesitemos y aquellas respuestas que sean adecuadas para nosotros, para nuestro momento de consciencia y nuestra vida, para nuestras sensaciones, nuestras percepciones, y el conocimiento que en un momento dado debemos adquirir.
Encontramos en el Akhasa una herramienta de desarrollo fundamental, el verdadero conocimiento,  no sólo de una encarnación, si no de toda una sucesión de encarnaciones unidas por un hilo de plata, aquello que en definitiva somos, aquello que en definitiva hemos sido, y aquello que en definitiva pudiéramos llegar a ser, todo fundido en un concepto que desafía vuestra comprensión del tiempo, pues es una comprensión falsa.
Tenéis que tener en cuenta que el Akhasa trasciende. Trasciende no sólo el concepto de espacio-tiempo si no también el de personalidad o ego, tenéis que tener en cuenta que el Akhasa es un reflejo de vuestra verdadera naturaleza,  de la naturaleza eterna, atemporal que sois, sin principio y sin fin,  pues sois en el ser supremo que nos ha creado y el ser supremo es en vosotros, en ese sentido la fuente, como fuente única de sabiduría , de conocimiento, de amor, de experiencia y  de vida, está dentro de vosotros, forma parte de vuestra naturaleza,  y vosotros a su vez, formáis parte de la suya propia,  y por tanto sois atemporales, no  conocéis el pasado, el presente y el futuro tal y cómo lo conocen vuestros egos. Tenéis la capacidad de vivir una y otra vez,  de experimentar una y otra vez aquello que necesita ser vivido y experimentado para llegar a las lecciones que os permitirán extraer las conclusiones que os conduzcan a la sabiduría, y la sabiduría a la evolución.  Es en la evolución donde encontramos la verdadera meta y objetivo de aquello que en un momento dado  vivimos
Es en la evolución donde encontramos el verdadero objetivo del Akhasa, de la existencia en sí misma de una memoria infinita, incomprensible en términos humanos,  de todo aquello que ha sido vivido en esta Tierra, en esta dimensión, en este mundo
Existen otros planetas, otras dimensiones y otros mundos que están imbricados en vuestra realidad. Es cierto que desde el punto de vista físico no tenéis la capacidad de adquirir esos conocimientos, de adquirir  esas percepciones de forma completa,  pero algunos de vosotros intuís ya en este momento su mera existencia.
Quizás  no comprendáis todo aquello que trasciende, quizás no comprendáis todo aquello que es en realidad,  pero si comprendéis la existencia de mucho más de lo que vuestros sentidos físicos perciben . Algunos de vosotros en vuestras intuiciones y percepciones sois capaces de ver a través de vuestros sentidos,  que podríamos  llamar paralelos,  aquello que en cierta forma se desarrolla en cierta forma mas allá del velo, el velo que constituye la realidad física, el velo que algunos de vosotros podéis cortar, muchos más de los que creéis podéis rasgar ese velo, sin embargo, otros se niegan, se niegan porque no están en el momento adecuado de su evolución por tanto  nada hay que recriminar, estarán en ese punto de ruptura cuando deban estar,  ni antes ni después, pues todos y cada uno de nosotros seguimos nuestro propio camino  a nuestra manera, con nuestras lecciones y a nuestro ritmo, en ese sentido nada hay que recriminar a nadie,  sed ante todo comprensivos y permisivos con los demás y con vosotros,  mismos nadie debe juzgar y nadie debe ser juzgado.
El Akhasa no es juicio,  el Akhasa no es crítica, el Akhasa no enjuicia aquello que hicimos en un momento dado sino que es simplemente un fiel testigo, un fiel testigo de lo que en un momento dado  fuimos capaces de hacer en beneficio de nosotros mismos y de la humanidad, actos que nuestros egos calificarán como buenos o malos,  pero que son juicios del ego nada más,  y que por tanto deben ser desechados.
El Akhasa es comprensión, el Akhasa es conocimiento y sabiduría,  el Akhasa es las vivencia de todos y cada uno de nosotros , de  nuestras almas en libertad recorriendo su camino.
El Akhasa es principalmente la fuente de conocimiento primordial que tenéis en esta dimensión, en este planeta. Sed  conscientes de que esa biblioteca está a vuestro servicio, de  que nada hay que temer en ella, de que ningún mal se oculta detrás de sus gruesos volúmenes , sólo se oculta aquello que sois, y nadie debe temer aquello que es,  pues somos, con luces y sombras aquello que deseamos ser. En nuestro camino, en nuestra evolución las sombras y las luces bailan un baile eterno, un baile en el que el aprendizaje forma parte fundamental, el eje que vertebra ese baile.  En ese sentido,  todos somos pecadores y todos somos santos, todos somos valientes y todos somos cobardes,  todos somos víctimas y verdugos.

Es importante  que al Akhasa entremos limpios de los juicios y los prejuicios que el ego hace pues en el Akhasa no hay juicio, no hay enjuiciamiento ni hay prejuicio.  Sólo hay verdad, y en la verdad encontramos desarrollo, encontramos evolución y encontramos, sobre todo, libertad.  La libertad que nos hace dueños de nuestro propio camino y también responsables de nuestros propios actos,  de nuestras  omisiones y de nuestras palabras.  Es en esa libertad como debemos vivir el Akhasa,  en la responsabilidad de que el camino lo recorremos por nosotros mismos siendo coherentes con nuestra naturaleza y esencia,  y es en esa naturaleza, en esa esencia y en esa coherencia,  en la que encontramos la mejor y única forma de recorrer correctamente este camino . Tened en cuenta que forma parte de nuestra naturaleza y esencia vivir  experiencias de distintos grados y distintos  niveles,  vivir la luz,  pero también vivir la oscuridad, para comprender, para amar y para integrar  ambas partes del que es un único camino .

El Mercader

El mercader no era hombre, no era mujer. No era más que un boceto,  una figura en la penumbra, una figura que se disolvía en una nube de proyectos.
El mercader todavía no estaba definido, era un camino que emprender, era una figura a la que adaptarse para aprender de la mejor manera posible aquellas realidades, aquellas experiencias , aquellas lecciones de sabiduría que una dimensión dual puede contener.
El mercader era un proyecto de un alma, el proyecto de cómo abarcar, cómo enfrentar, cómo caminar un camino. El proyecto de lo que podías llegar a ser, y el proyecto de lo que partías siendo. El proyecto de las promesas , de las vicisitudes del camino, de las experiencias, de enfrentarse a los miedos, de ayudarse en los aliados, y de encontrar de una manera natural, aquello que hay que encontrar a lo largo del camino.
El mercader era el alma, el alma que traza un camino, un camino trazado antes de la encarnación, antes de vestir un traje de carne y hueso, de sangre y músculo y un corazón que bombea.
El mercader era un futuro lleno de posibilidades, un futuro en el que pocas cosas estaban marcadas, pocas cosas estaban escritas sobre granito, muy pocas de hecho.
El mercader era sobre todo potencialidad, la potencialidad para recorrer un camino con el libre albedrío, basándose en nuestras propias decisiones,  no en nada impuesto, nada impuesto por un dios tiránico, nada impuesto por las estrellas o las runas, ni por las cartas sagradas del tarot.
Sin imposiciones, en libertad, en sabiduría,  el mercader era un proyecto. Un proyecto para emprender en carne y hueso, en sangre y músculo, en corazón que bombea. Pero también en sueños, moviéndonos en distintas realidades, en distintas dimensiones, que se vertebran y se integran en sólo una.
El mercader, el mercader era promesa del conocimiento, de aprender. De aprender sobre la lluvia en el rostro y sobre el sol en la espalda. De aprender sobre el dolor y el placer, sobre los besos y sobre el odio, sobre el amor y sobre la violencia.
Aprender en definitiva, aquello que el alma necesita en un momento dado experimentar.

El mercader era simplemente un boceto, un proyecto de un camino trazado en un futuro, cuando en realidad el futuro, el tiempo en sí, no existe.

jueves, 16 de febrero de 2017

La Meta última.

Qué sentido tiene el camino?
Siempre nos preguntamos cuál es la meta última, nuestro destino, qué gran objetivo o misión hemos traído en esta encarnación.
Esas preguntas sin embargo, no se formulan de la forma más adecuada, siempre se formulan buscando un sentido para nuestra vida, buscando un sentido para nuestro camino, pero en la búsqueda de ese sentido nos olvidamos de lo más importante del camino, la atención a los pequeños detalles, la atención a cada inhalación y cada exhalación, la atención a cada momento vivido en plena forma, de forma consciente, de forma coherente con nosotros, con aquello que somos.
Cada paso del camino debe ser un paso consciente, debe ser un paso coherente con nuestra naturaleza  y esencia, debe ser un paso que refleje aquello que somos en un momento dado. Debemos apartar,  si no olvidar la búsqueda de ese mítico fin, de ese mítico objetivo, de esa mítica misión de vida y centrarnos en el presente, en lo que somos ahora, en lo que somos en un momento dado, y en los anhelos y esperanzas que nuestra alma nos transmite,  pues son verdadera guía de aquello que podemos llegar a ser. No debemos de olvidar que la ceguera de la meta, la ceguera de esa gran misión, de ese gran objetivo que nos vincula de forma constante toda la vida, muchas veces es una trampa del ego, tendida simple y llanamente para  despistarnos, para que descuidemos en un momento dado cada paso del camino, cada inhalación y cada exhalación.

Es cierto que todos de alguna forma, tenemos una misión predominante en la vida, pero es cierto también que esa misión se revela cuando  es el momento oportuno, no antes. Si esa misión constituye una forma de pasión,  o de distracción incluso de cada paso que doy en el camino, de cada inhalación y cada exhalación, de cada minuto y cada segundo que recorro el camino de la forma más adecuada posible, si eso es para nosotros esa meta, ese fin, ese gran objetivo,  no constituye una ayuda si no mas bien un entorpecimiento, una prueba que superar, y por tanto una muestra de las sombras que en un momento dado albergamos en nuestro interior. Debemos renunciar a una búsqueda que no tiene sentido más allá de las carencias del propio ego, debemos centrarnos en el minuto vivido, debemos centrarnos en el minuto que vivo, en el camino  que recorro, en cada paso, en cada sombra y en cada luz que encuentro en mi camino, y esa gran misión, ese gran objetivo nos será revelado sólo si debe sernos revelado, sólo si es el momento más adecuado, pero, cuando nos venga revelado, cuando por fin entendamos esa gran misión veremos que no es tan importante, veremos que lo importante es cada paso del camino, cada inhalación y cada exhalación, cada momento que vivo, cada momento vivido, cada sombra y cada luz que encuentro en el camino, y la meta al fin y al  cabo, es sólo una parte del camino, nada más.

miércoles, 15 de febrero de 2017

El Universo


Un único lenguaje entiende el Universo, el lenguaje del Amor.

Nada es gratis, todo cobra, y sólo dos monedas admite, el oro de la sabiduría, el acero del coraje.

sábado, 11 de febrero de 2017

Frutos de acero y oro

Contempló el cielo, otrora azul, ahora rojo, teñido del color  del atardecer. Contempló ese mágico momento en que el sol y la luna, la tierra y el cielo se fusionan en uno sólo.  Contempló en las estrellas cuál era su futuro. Miró más allá de las estrellas y la luna, lo que el firmamento mismo quería enseñarle y vio sus manos, otrora vacías, ahora llenas de monedas.
Monedas de acero, monedas de oro. Monedas que introdujo en la tierra como semillas para que germinasen y diesen sus frutos. Contempló cómo sus frutos fueron hermosos árboles, cómo esos árboles expandieron sus raíces nutriéndose y cómo de esas raíces nació un tronco fuerte pero flexible, capaz de amoldarse al viento y a la fuerza que la luna y  las mareas pudiesen influir sobre él.
 Contempló cómo del tronco nacieron  ramas que subían en busca de la sabiduría que daba el cielo y cómo esas ramas cubrían  y protegían a todos aquellos que a ellos se acercaban y contempló cómo de esas ramas nacieron frutos. Contempló cómo esos frutos eran  de acero y oro, del acero del coraje y el oro de la sabiduría , que son las monedas que el universo acepta, las monedas en las que retribuimos nuestro camino, el peaje de toda evolución, el peaje que nuestro camino exige. Porque el amor como lenguaje universal, no es una moneda de cambio, es algo que se entrega de una forma generosa, sin exigir, sin pedir nada, ninguna retribución.
 Sin embargo el acero, el oro, es una retribución justa para la evolución que nuestro camino, exige para la evolución que nuestro camino nos premia.


Zapaterillo


Existía al sur de Copenhague, una pequeña zapatería, donde un maestro artesano insistía en luchar contra el frío y la pobreza, contra el hambre y la miseria, curtiendo, rematando, arreglando, los zapatos del barrio que los clientes le traían. Tenía ese maestro artesano un pequeño aprendiz, un niño de mirada traviesa y ojos vivos, manos inquietas y rápidas y firme voluntad, un niño curioso cuyo mayor sueño era viajar por el mundo y descubrir los múltiples secretos y maravillosos tesoros  que el mundo estaba dispuesto a entregarle.
 Había cerca de esa zapatería, una opulenta mansión donde un famoso compositor y una bella bailarina criaban a sus múltiples hijos, donde la riqueza y la opulencia y la comida y la bebida abundaban, donde una niña de cabellos rubios y ojos azules mirada  tranquila y lánguida sonrisa, cómo la sociedad imponía, ensayaba hora tras hora  para seguir los pasos de su madre y ser ella también una gran bailarina, que era el sueño que su madre tenía. La niña ensayaba y ensayaba y en cada hora, en cada paso, aspiraba a ganarse el cariño y afecto de sus padres y a conseguir algún día que el camino del baile fuese su propio camino.
 Mientras tanto el niño cosía y remendaba, y arreglaba todo tipo de calzado, zapatos y botines, botas de caña alta, botas de montar y extraños zapatos de punta estrecha y tacón ancho que venían de otras partes de Europa y que  traían los clientes más viajeros, afortunados hombres y mujeres que podían viajar más allá de las fronteras de su tierra natal.
 Pronto la desdicha llegó a la casa de la bailarina y el compositor. La desdicha ciega que no diferencia entre el hombre rico y el pobre, entre el hombre sano y el enfermo, que a veces golpea dos veces en la misma casa y muerde la carne hasta llegar a las costillas. La desdicha entró, y entró en forma de enfermedad al principio. Junto con la enfermedad vino la pobreza y vino también la muerte y la primera que se fue, fue la madre. Una madre bailarina que dejó pronto de ser madre y de ser bailarina. Y junto con la muerte vino la tristeza infinita, vino la opresión y el silencio y las risas se apagaron en esa casa.
Junto a la entrada de la pobreza, llegó la salida de los muebles, los enseres, los objetos de valor. Todo fue vendido. Y un día junto con otras múltiples cosas, las zapatillas preferidas de la niña bailarina  se vendieron. Unas zapatillas de fieltro rojo y punta reforzada, suela fuerte, curtidas por el baile. Unas zapatillas que simbolizaban todo aquello que esa niña deseaba haber sido. Y esas zapatillas se vendieron en la zapatería de un modesto maestro artesano que tenía un niño aprendiz, un niño que en silencio había contemplado más de una vez a una niña rubia de ojos azules y mirada tranquila y sonrisa lánguida, que caminaba por la calle una y otra vez.
Ese niño que pasaba las noches curtiendo y remendando todo tipo de calzado a cambio de comida y techo y alguna pequeña moneda de cobre que con esmero guardaba, pues le permitiría salir al mundo, a ese mundo que tanto anhelaba y deseaba conocer, ese mundo que tantos secretos le revelaría. Y el niño contempló las zapatillas y supo en el instante que las vio, que algún día esas zapatillas  serían suyas, y él con una sonrisa tímida se las regalaría a esa niña de mirada de ojos azules y ella agradecida le sonreiría, incluso le besaría en la mejilla y allí nacería una historia de amor, bonita, tierna que daría un nuevo sentido a su vida.
Y así poco a poco el niño echaba cada vez más horas, más puntadas,  más zapatos. Y en cada minuto se esclavizaba más a su destino. A un destino que no tenía por qué haber sido suyo, pero él lo había convertido en propio. Y en cada puntada, en cada remiendo iba convirtiéndose en  zapatero cuando  él lo que quería era haber sido viajero.
 Nunca llegué a saber si el niño llegó a adquirir esas zapatillas.
 Nunca llegué a saber si la niña las recibió.
 Imagino  que nunca llegué a saber todo esto porque nada importa. Lo único que importa es que a veces el ego nos tiende trampas, a veces las falsas promesas, las tiernas miradas, los besos, los miedos y los temores nos alejan de lo que somos, de lo que estamos llamados a ser. A veces nuestros trabajos, nuestros amigos, nuestros amantes, nuestras parejas, nuestras familias, nos alejan del camino que  hubiésemos podido recorrer y que estaba llamado a ser recorrido. A veces nuestros egos nos ponen vendas en los ojos  para que olvidemos el destino que queremos cumplir y nos esclavicemos a nosotros mismos en caminos que no son nuestros. A veces las vanas ilusiones y los falsos deseos nos conducen a caminos vacíos que no teníamos por qué haber recorrido.
Eso es lo que aprendí siendo relojero en Copenhague.

 Que del reloj vemos dos agujas y pensamos que eso es todo, cuando en realidad la otra cara de la moneda, la otra cara del reloj, es nuestra auténtica naturaleza y el engranaje que determina el origen y el final, la posición exacta de las agujas, el recorrido que hacen, su movimiento milimétricamente estudiado y el compás al que se mueven. A veces lo que en un principio nos llama la atención, es lo más superficial y nos aleja de nuestro verdadero camino. A veces el ego nos vende espejismos que nos alejan de nuestro verdadero camino.

Era un hombre

Era un hombre. Miró desde la atalaya de su castillo y vió los puestos de los mercaderes y la ciudad  que se extendía a sus pies. Miró  su hogar y vió sus caballerizas imponentes. Vió el patio de armas donde sus siervos fieles y leales, esperaban sus órdenes. Miró a su alrededor y vió a sus cuatro hijos. Dos hijos y dos hijas que eran el orgullo de su linaje. Vió a su mujer cada vez más hermosa, cada vez más sabia,cada vez más dispuesta a acompañarle en su camino. Y se  vió a sí mismo.
El pelo rubio se derramaba sobre sus hombros. Sus ojos azules exploraban el infinito. Sus labios carmesí se delineaban con perfección. Y supo que era bueno. Y supo que no había mayor placer para él que ofrecer su hogar, sus viandas, sus ropajes y su sabiduría a los caminantes que se acercaban a su hogar.
Y así fue cómo entró la enfermedad, la desgracia y la muerte a su hogar. Fue una llamada suave, ligera,  casi silenciosa, a la puerta y él abrió y le tendió la mano, y así entró la muerte en su casa.
 La muerte comió sus viandas, cantó sus canciones y vistió sus ropajes. El segundo día su hijo más pequeño, el heredero de su linaje falleció. El cuarto día  falleció el primogénito, el que encabezaría la sucesión. El sexto día las dos gemelas, verdaderas joyas de su linaje, fallecieron. El octavo día el hombre miró en derredor y sólo vio destrucción, muerte, miseria en su hogar. Sus caballerizas estaban vacías. Los pocos siervos que habían sobrevivido habían abandonado su hogar. Su mujer, que le sujetaba la mano ya sin firmeza, tenía los ojos vacíos, secos de tantas lágrimas derramadas. Tenía los oídos sordos pues sus propios llantos la habían ensordecido, Tenía la voz quebrada pues ya no podía expresar más dolor. Pronto la mujer también falleció.
 El hombre la llevó hasta el río y en la orilla organizó su pira funeraria. Allí la quemó. El viento arrastró sus cenizas en busca de un lugar fértil y próspero para volver a la vida. Sin embargo, eso no alivió el dolor del hombre. El hombre se introdujo en el río. Sintió el frío de  la corriente pero tampoco encontró alivio en ella. Una de sus manos entró en el agua y entonces notó como otra mano asía la suya. Miró y vio en el agua su propio reflejo, pero en perfección. Se vió más hermoso, se vió más sabio y su propia imagen salió del agua ,y comprendió que era un ángel.
El ángel miró en sus ojos y el hombre miró a los ojos del ángel y comprendió que era un reflejo lo que veía. Y el ángel habló. Habló de su principio, de cómo el Creador y la Madre Creadora derramaron su esencia en él, que cómo eran en él y él era en ellos. Comprendió cómo decidió experimentar el frío, la lluvia en el pelo, el sol en  el rostro. Comprendió cómo decidió emprender su camino. Comprendió cómo decidió experimentar el amor del hombre hacia la mujer y el odio del hombre hacia el hombre.
Decidió experimentar también la bendición  de ser padre y el dolor  de la pérdida infinita. Decidió experimentar  lo que era dar cada paso. Decidió experimentar lo que era sembrar y cosechar, lo que era obtener y lo que era la pérdida. Decidió experimentar lo que es ser caminante, lo que es ser camino. Decidió experimentar lo que es ser Uno.
 Y comprendió.
Comprendió que toda es mentira, que nuestro camino es nuestra creación y nosotros mismos al mismo tiempo, que todo lo que nos rodea no es más que una creación nuestra, que somos nosotros los que decidimos las vivencias que tenemos en el camino, y que no son buenas ni malas pues son sólo eso, vivencias. Comprendió que en nuestro camino encontramos luces y sombras, pero ambas forman parte de nosotros. Comprendió que no tenemos prójimos ni hermanos pues somos Uno.
 Comprendió que en la  Unidad radica la verdadera diversidad  al mismo tiempo pues Dios conoce el nombre de todos y cada uno de sus hijos. Comprendió que su camino no tiene principio ni fin. Comprendió que todo es mentira, pues todo es perecedero salvo el propio camino. Y el ángel se convirtió en agua y volvió al agua, y la corriente le arrastró, y el hombre comprendió que no le importaba.
El hombre comprendió que llega un momento en que transcendemos, en que realmente el desapego se hace nuestro y vemos que no hay ni ángeles ni demonios sino hermanos, y que no hay hermanos sino Unidad, y que todo aquello que nos acerca a nuestro camino sea cual sea su naturaleza  es positivo, es adecuado y que todo aquello que nos aleja del camino es negativo, pero al mismo tiempo también está en El y no podemos repudiarlo pues nosotros mismos lo hemos puesto en el camino. Y aceptó que esa es la naturaleza del camino, y no le importó pues también había transcendido los temores y los deseos.
 Salió del agua y se sentó en la orilla, y observó que en la pira funeraria de su mujer, tres flores había. Tres flores de lis, una roja, una azul y una amarilla, y contempló que su propia semilla daría esas tres mismas flores, pues su mujer y él eran Uno.


Y eso está bien

Algunas almas son nieve pues en su nívea pureza, nos resguardan del ardiente fuego. Y eso, está bien. Algunas almas son fuego , pues en  su calor encontramos protección y resguardo del frio invierno. Y eso está bien. Algunas almas son negro carbón que alimentan el poderoso fuego. Y eso está bien.
Algunas almas son espadas pues rasgan el velo que separa aquello que nosotros consideramos dos realidades. Y eso está bien. Algunas almas son azadas pues siembran el campo para que la cosecha germine. Y eso está bien. Otras almas son sol que iluminan el camino de aquellos que le rodean guiándolos. Y eso está bien.
Algunas almas son pescadores que atrapan en sus  redes aquellos que necesitan protección, cuidado y resguardo. Y eso está bien. Otras almas son vagabundos, errantes, sin hogar, sin destino ni procedencia. Y eso está bien. Algunas almas son hogar y en su entorno protegen y acogen aquellos que buscan refugio. Y eso está bien.
 Todos y cada uno de nosotros, todos y cada uno de los que hoy  caminamos envueltos en carne y hueso, en sangre y músculo, en un corazón que bombea, somos todo eso. Somos distintas faces de un diamante, distintas caras de una misma realidad, distintas dimensiones de un mismo núcleo, distintas historias para ser contadas en distintos momentos, para ser compartidas como alimento de sabiduría con aquellos que en un momento dado, cuando el tiempo y el espacio no existe, se reúnan con nosotros.
 Y eso está bien, pues al fin y al cabo todo aquello que procede del Verbo Divino está bien. El inhaló y exhaló su voluntad, su esencia, su naturaleza y su semilla en todos y cada uno de nosotros. Y eso está bien. Pues somos en El y El es en nosotros. Y eso está bien.

 Y así ha sido y así será hasta el fin de aquello que llamamos tiempo, aquello que en realidad no existe y que nosotros mismos urdimos, construimos y tejimos para cegarnos, pero también, también, eso está bien.

Espada

Empuñó su espada. Esa espada larga, afilada, empañada en el rojo de la avaricia y el poder, que tantas veces había empuñado. La miró, contempló absorto cada muesca, cada golpe que la había mellado y vio reflejado el honor de su familia, sus promesas y juramentos de lealtad a su señor, su fe, sus errores y sus aciertos y vio la empuñadura  y vió en ella su infancia, su niñez, su pubertad.
 Vió cada mujer y cada hombre que en su camino se habían cruzado. Vió cómo en cada golpe, en cada estocada, el daño que había infringido le había enseñado a él pero también había enseñado a su víctima. Vió cómo a estas horas, a estas alturas de su camino, en realidad no había víctimas y verdugos. Ni siquiera había maestros y alumnos, sólo había compañeros de camino que mutuamente se enseñaban a través del amor o a través de la violencia.
 Verdades, secretos y a veces, por qué no decirlo, mentiras del ego, de cómo las luces y las sombras bailaban un baile eterno de sabiduría e  ignorancia. Cómo la ocultación,  la verdad y la mentira y la sabiduría bailaban eternamente una danza que desde fuera parecía sin sentido pero que estaba perfectamente regulada por un mecanismo,mecanismo que no nos era posible comprender, no a estas alturas del camino.
 Vió cómo su espada ahora se quebraba y cómo el viento se llevaba los trozos de acero lejos de él. Contempló cómo el universo volvía a girar y cómo su otrora yo se transformaba. Vio cómo su semilla germinaba de nuevo, de nuevo daba fruto, de nuevo crecía, de nuevo maduraba y de nuevo se disponía para ser cosechada y vió cómo el universo giraba una y otra vez  sobre sí mismo y vió cómo él  volvía a transformarse.
 Vio cómo al final sólo somos ciclos, ciclos que son renovados unos y relevados otros, en busca de nuevos egos, de nuevos yoes, de nuevas lecciones y vio cómo sólo la semilla es eterna, esa semilla que une nuestras distintas vidas, que une nuestros distintos pasados, presentes y futuros, aquello que ha sido, que son y que serán. Vió su reflejo en la corriente que da continuidad a aquello que somos, aquello que realmente somos.
 Vió cómo la mano que antes sujetaba una espada, ahora sujetaba una rosa y vio cómo esa rosa se marchitaba y cómo los pétalos caían y vió cómo otra rosa la sustituía de nuevo y vió cómo su ciclo era eterno, era infinito y a la vez finito, pero hay cosas que no empiezan ni terminan pues son eternas.


Ella y el rio

Ella se desnudó. Junto a su blusa, cayó el amor que profesaba a su marido y a sus hijos. Cayó la ternura con los que la abrazaban, los besos de amante, las sonrisas a media noche. Cayó el trabajo, el esfuerzo, el sacrificio dedicado a su familia. Con su falda cayeron los miedos, los anhelos, los temores, todo lo que constituye su niñez. Cayó su adolescencia, en busca de un trabajo, de un marido, de una familia. Cayeron sus sueños, cayeron sus temores, cayó todo.
Se introdujo en el río y el agua borró sus recuerdos. Se llevó las caricias de sus hijos, los besos de su madre, las lágrimas de su padre. Todo se lo llevó el agua. Vio en la ribera sombras difuminadas por la niebla y reconoció a su familia, a sus amigos, a sus amantes, a sus enemigos y vio cómo la niebla los fundía y difuminaba y supo que no les volvería a ver, no en esa forma, pero también supo que en sus ojos, siempre encontraría una ventana a aquello que eran realmente, a aquello que han sido, que son y que serán.
 Vio su reflejo en la corriente y vio cómo el reflejo se distorsionaba. Vio cómo  el agua que se llevaba todo también la cambiaba a ella. Vio cómo sus manos suaves, largas, gráciles, femeninas, se convertían en unas toscas manos de un leñador. Vio cómo sus brazos antes suaves, ahora se convertían en musculados, cubiertos de un vello oscuro, casi negro. Vio cómo su cara se poblaba de una densa barba. Vio cómo antes suave, rubio pelo se transformaba en un pelo negro y osco. Vio cómo su cuerpo cambiaba, como su voz adquiría otra modulación y vio cómo todo, su propia identidad, su propio yo,  se fundía con el agua para alejarse.
 Miró de nuevo la ribera y vio cómo de la niebla emergían otras formas. Formas de hombres y mujeres que no reconocía, pero vio que el brillo de sus ojos era el mismo. Vio en ella antiguos amantes, antiguos amigos, antiguas familias, antiguos enemigos. A todos aquellos que un día caminaron junto a ella y vio que caminarían de nuevo a su lado bajo otras formas, con otros nombres, con otros sueños,  con otras metas, pero siempre siendo ellos.
 Miró sus anteriormente delicadas manos, convertidas ahora en poderosas y musculadas y vio el sol que todo transmuta, el gran alquimista que todo lo cambia, que permite que la nueva vida se abra paso y decidió que una nueva vida debía esperarla  y que estaba dispuesta a emprender ese nuevo camino y emergió de las aguas y olvidó quién fue, quién había sido en otros momentos y dio gracias al creador por permitirle partir de cero, por ser de nuevo un niño dispuesto a aprender y se encaminó, se encaminó hacia la sombra de la niebla y su rostro se difuminó con el de los otros rostros que la esperaban dispuestos a emprender con ella, con él,  un nuevo camino.


Desnuda

¿Cómo te presentas ante mí? Preguntó El.
Desnuda  mi señor. Ningún lino ni seda engalanan  mi cuerpo. Ninguna labranza en oro y plata  disimulan mis imperfecciones. Nada me adorna, nada  oculto. Sólo carne y hueso,sangre y músculo, y un corazón que bombea.
 Mentira, respondió El, sólo mentira ante mí, veo. Te di un vestido de luz pura. Sobre el labré  hermosas palabras de sabiduría en oro puro, Siete  gemas finamente labradas, adornaban tu cuerpo. Siete gemas. Cada una de ellas colocadas con sumo esmero. Sobre tu frente, una palabra en acero, coraje, escribí. En tus manos semillas de compasión, amor  y solidaridad planté. En tus pies experiencia, camino. Eso, esas dos palabras tejí, y ahora, ahora te hallas ante mí envuelta en podredumbre, envuelta en miseria. Y me dices, que nada ocultas?
Todo ocultas, todo disimulas, todo engalanas, pues ves en el artificio, en la mentira, lo que consideras la realidad. Intentas tapar aquello que eres, disimulando con vanas palabras, con ciegos sentimientos y nada de ello, nada de ello es real. Así pues, de todo ello te despojo. Todo ello lo perderás en el hogar al que llamarás tumba.
 Nada de ello quedará. Sólo su vago recuerdo y te encontrarás de nuevo ante mí, verdaderamente desnuda en tu verdadera esencia y naturaleza, con las siete joyas adornándote, con las palabras de sabiduría escritas en tu piel, con la palabra de coraje tallada en fino acero, con el amor, la compasión y la solidaridad,  germinando en tus manos, con la experiencia y el camino tejidos en tus pies.
 Entonces, sólo entonces, estarás verdaderamente desnuda ante mí y entonces, sólo entonces, yo te vestiré de nuevo.


El miedo

Le volví a encontrar en el camino. Mi fiel amigo, mi leal maestro. El miedo. Como tantas otras veces en el pasado, en el presente, en el futuro. A su lado caminaba su hermana y su madre amantísima: la ignorancia. Orgullosa, prepotente, segura de sí misma, sin dudas, ciega. Detrás, su amo, su creador, su padre: el ego.
 Los tres sonrieron y mis piernas flaquearon.
 Miré al suelo desesperanzado y  lágrimas rodaron de mis ojos y, en el suelo, esas lágrimas hicieron germinar semillas y de esas semillas nacieron flores, y una fue la fe y la  otra, su hermana  pequeña,  la esperanza. Y miré mi mano diestra, antes vacía, y ahora empuñaba una espada de acero, el valor, el coraje. Y miré mi mano izquierda antes yerma, hueca, vacía,y ahora estaba llena de la más hermosa de todas las monedas: la compasión.
Y oí por encima mío, el aleteo del águila, su grito y ví su esplendor y su hermosura: la sabiduría. Y ví cómo sus ojos penetraban en el horizonte y ví cómo ella conocía los caminos, las encrucijadas y las decisiones que debían ser tomadas y miré más arriba aún y ví el sol, el amor derramándose sobre mí, volviendo mi espada de acero en oro templando  mi piel helada por el miedo, penetrando en la bruma y la oscuridad que el miedo y la ignorancia tejían a mi alrededor, calentando mi corazón, haciendo germinar, crecer cada vez más fuerte, la esperanza, la fe. Y las monedas de la compasión fueron aún más valiosas y mis ojos escudriñaron el horizonte y sonreí.
El miedo, la ignorancia, el ego, se apartaron de mi camino y mis pies lo recorrieron de nuevo. Atrás quedaron, siempre atentos, siempre esperando, siempre dispuestos a enseñarme otra lección, siempre dispuestos a encontrarles en un recodo del camino cuando menos lo espero, cuando más los necesito, para que todas y cada una de las lecciones de mi camino, sean aprendidas en el momento que deban ser aprendidas, para que  todas y cada una de las lecciones de mi camino, sean aprendidas, superadas y olvidadas, para emprender de nuevo el mismo camino una y otra vez, hasta que el camino y yo, nos fundamos de nuevo y seamos uno y el ciclo se repita una y otra vez hasta mi vuelta al origen.


La flor de loto

¿Sabes por qué la flor de loto es la flor más sabia?
Porque mantiene la calma cuando todo lo que la rodea se agita, porque mantiene la calma cuando las ondas se agitan a su alrededor. Porque se mantiene en su centro, porque se escucha, porque es fiel a sí misma, porque no permite que lo que la rodee la descentre y la haga olvidar lo que es. Por eso, porque la flor de loto medita, porque se escucha, porque acude a su fuente de sabiduría interna, porque es capaz de mantenerse firme y fiel a sí misma cuando todo a su alrededor se agita.
 Por eso, es la flor más sabia. Porque no se preocupa por lo que le rodea, porque olvida  en cierta forma que vive en un mundo, porque sólo se fija en ella, porque sólo a ella se observa y sólo de ella aprende y olvida por un momento todas las mentiras del mundo que la rodea.
 Por eso, es la flor más sabia. Porque es capaz de permanecer impasible cuando  su alrededor se agita, porque encuentra la paz en la tormenta y porque encuentra la paz en la alegría, porque nada la desvía de aquel que es su camino, de aquel que es en definitiva su esencia y naturaleza, su propia semilla.
Por eso, es la flor más sabia. Porque no permite que el paso del tiempo la haga cambiar, porque no permite que aquello que la rodee la aleje de su propio camino.
 Por eso, es la flor más sabia.