sábado, 11 de febrero de 2017

Era un hombre

Era un hombre. Miró desde la atalaya de su castillo y vió los puestos de los mercaderes y la ciudad  que se extendía a sus pies. Miró  su hogar y vió sus caballerizas imponentes. Vió el patio de armas donde sus siervos fieles y leales, esperaban sus órdenes. Miró a su alrededor y vió a sus cuatro hijos. Dos hijos y dos hijas que eran el orgullo de su linaje. Vió a su mujer cada vez más hermosa, cada vez más sabia,cada vez más dispuesta a acompañarle en su camino. Y se  vió a sí mismo.
El pelo rubio se derramaba sobre sus hombros. Sus ojos azules exploraban el infinito. Sus labios carmesí se delineaban con perfección. Y supo que era bueno. Y supo que no había mayor placer para él que ofrecer su hogar, sus viandas, sus ropajes y su sabiduría a los caminantes que se acercaban a su hogar.
Y así fue cómo entró la enfermedad, la desgracia y la muerte a su hogar. Fue una llamada suave, ligera,  casi silenciosa, a la puerta y él abrió y le tendió la mano, y así entró la muerte en su casa.
 La muerte comió sus viandas, cantó sus canciones y vistió sus ropajes. El segundo día su hijo más pequeño, el heredero de su linaje falleció. El cuarto día  falleció el primogénito, el que encabezaría la sucesión. El sexto día las dos gemelas, verdaderas joyas de su linaje, fallecieron. El octavo día el hombre miró en derredor y sólo vio destrucción, muerte, miseria en su hogar. Sus caballerizas estaban vacías. Los pocos siervos que habían sobrevivido habían abandonado su hogar. Su mujer, que le sujetaba la mano ya sin firmeza, tenía los ojos vacíos, secos de tantas lágrimas derramadas. Tenía los oídos sordos pues sus propios llantos la habían ensordecido, Tenía la voz quebrada pues ya no podía expresar más dolor. Pronto la mujer también falleció.
 El hombre la llevó hasta el río y en la orilla organizó su pira funeraria. Allí la quemó. El viento arrastró sus cenizas en busca de un lugar fértil y próspero para volver a la vida. Sin embargo, eso no alivió el dolor del hombre. El hombre se introdujo en el río. Sintió el frío de  la corriente pero tampoco encontró alivio en ella. Una de sus manos entró en el agua y entonces notó como otra mano asía la suya. Miró y vio en el agua su propio reflejo, pero en perfección. Se vió más hermoso, se vió más sabio y su propia imagen salió del agua ,y comprendió que era un ángel.
El ángel miró en sus ojos y el hombre miró a los ojos del ángel y comprendió que era un reflejo lo que veía. Y el ángel habló. Habló de su principio, de cómo el Creador y la Madre Creadora derramaron su esencia en él, que cómo eran en él y él era en ellos. Comprendió cómo decidió experimentar el frío, la lluvia en el pelo, el sol en  el rostro. Comprendió cómo decidió emprender su camino. Comprendió cómo decidió experimentar el amor del hombre hacia la mujer y el odio del hombre hacia el hombre.
Decidió experimentar también la bendición  de ser padre y el dolor  de la pérdida infinita. Decidió experimentar  lo que era dar cada paso. Decidió experimentar lo que era sembrar y cosechar, lo que era obtener y lo que era la pérdida. Decidió experimentar lo que es ser caminante, lo que es ser camino. Decidió experimentar lo que es ser Uno.
 Y comprendió.
Comprendió que toda es mentira, que nuestro camino es nuestra creación y nosotros mismos al mismo tiempo, que todo lo que nos rodea no es más que una creación nuestra, que somos nosotros los que decidimos las vivencias que tenemos en el camino, y que no son buenas ni malas pues son sólo eso, vivencias. Comprendió que en nuestro camino encontramos luces y sombras, pero ambas forman parte de nosotros. Comprendió que no tenemos prójimos ni hermanos pues somos Uno.
 Comprendió que en la  Unidad radica la verdadera diversidad  al mismo tiempo pues Dios conoce el nombre de todos y cada uno de sus hijos. Comprendió que su camino no tiene principio ni fin. Comprendió que todo es mentira, pues todo es perecedero salvo el propio camino. Y el ángel se convirtió en agua y volvió al agua, y la corriente le arrastró, y el hombre comprendió que no le importaba.
El hombre comprendió que llega un momento en que transcendemos, en que realmente el desapego se hace nuestro y vemos que no hay ni ángeles ni demonios sino hermanos, y que no hay hermanos sino Unidad, y que todo aquello que nos acerca a nuestro camino sea cual sea su naturaleza  es positivo, es adecuado y que todo aquello que nos aleja del camino es negativo, pero al mismo tiempo también está en El y no podemos repudiarlo pues nosotros mismos lo hemos puesto en el camino. Y aceptó que esa es la naturaleza del camino, y no le importó pues también había transcendido los temores y los deseos.
 Salió del agua y se sentó en la orilla, y observó que en la pira funeraria de su mujer, tres flores había. Tres flores de lis, una roja, una azul y una amarilla, y contempló que su propia semilla daría esas tres mismas flores, pues su mujer y él eran Uno.


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