Empuñó su espada. Esa espada larga, afilada, empañada en el
rojo de la avaricia y el poder, que tantas veces había empuñado. La miró,
contempló absorto cada muesca, cada golpe que la había mellado y vio reflejado
el honor de su familia, sus promesas y juramentos de lealtad a su señor, su fe,
sus errores y sus aciertos y vio la empuñadura
y vió en ella su infancia, su niñez, su pubertad.
Vió cada mujer y cada
hombre que en su camino se habían cruzado. Vió cómo en cada golpe, en cada
estocada, el daño que había infringido le había enseñado a él pero también había
enseñado a su víctima. Vió cómo a estas horas, a estas alturas de su camino, en
realidad no había víctimas y verdugos. Ni siquiera había maestros y alumnos,
sólo había compañeros de camino que mutuamente se enseñaban a través del amor o
a través de la violencia.
Verdades, secretos y a
veces, por qué no decirlo, mentiras del ego, de cómo las luces y las sombras
bailaban un baile eterno de sabiduría e
ignorancia. Cómo la ocultación,
la verdad y la mentira y la sabiduría bailaban eternamente una danza que
desde fuera parecía sin sentido pero que estaba perfectamente regulada por un
mecanismo,mecanismo que no nos era posible comprender, no a estas alturas del
camino.
Vió cómo su espada
ahora se quebraba y cómo el viento se llevaba los trozos de acero lejos de él.
Contempló cómo el universo volvía a girar y cómo su otrora yo se transformaba. Vio
cómo su semilla germinaba de nuevo, de nuevo daba fruto, de nuevo crecía, de
nuevo maduraba y de nuevo se disponía para ser cosechada y vió cómo el universo
giraba una y otra vez sobre sí mismo y
vió cómo él volvía a transformarse.
Vio cómo al final sólo
somos ciclos, ciclos que son renovados unos y relevados otros, en busca de
nuevos egos, de nuevos yoes, de nuevas lecciones y vio cómo sólo la semilla es
eterna, esa semilla que une nuestras distintas vidas, que une nuestros
distintos pasados, presentes y futuros, aquello que ha sido, que son y que
serán. Vió su reflejo en la corriente que da continuidad a aquello que somos,
aquello que realmente somos.
Vió cómo la mano que
antes sujetaba una espada, ahora sujetaba una rosa y vio cómo esa rosa se
marchitaba y cómo los pétalos caían y vió cómo otra rosa la sustituía de nuevo
y vió cómo su ciclo era eterno, era infinito y a la vez finito, pero hay cosas
que no empiezan ni terminan pues son eternas.
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