Azrael
empuñó su espada, la Liberadora.
La hoja
estaba forjada en acero, en los fuegos de su voluntad. La empuñadura era de oro
puro y reflejaba la sabiduría del Arcángel. Grabadas sobre su hoja tres
palabras había, libertad, redención, justicia.
Esas tres
palabras que dirigían el camino de Azrael
Con la
liberadora él rompería las cadenas de hierro y plomo que nos atan a esta
dimensión.
Con la Liberadora
él desafiaría a los ángeles y arcángeles de la oscuridad para guiar las almas
de vuelta a su lugar de origen, de vuelta al creador.
Con la Liberadora él extendería sus alas y traería la
oscuridad absoluta, dónde sólo la luz más pura refulge, para que sirva de faro
a las almas perdidas y nada las distraiga de su auténtico camino. En esa
oscuridad acogedora, liberadora, pues nos libera de los artificios de las
falsas luces tendidas por el enemigo el arcángel nos guía, nos lleva siempre
respetando nuestro libre albedrío, a la más pura de las luces, hacia aquella
que no desvirtúe nuestro camino, hacia aquella que respeta nuestra esencia y
naturaleza, aquella que nos permite evolucionar en el camino correcto, donde
nuestra sabiduría y nuestro coraje son pesados en la balanza de la verdad.
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