¿Cómo olvidar al mejor compañero, al más fiel aliado, al más
sabio de los maestros? ¿Cómo olvidar a aquel que se levanta de la cama por la
mañana con nosotros y por la noche se acuesta a nuestro lado? ¿Cómo olvidar a
nuestro centinela, a nuestro amigo, al viento que impulsa nuestras alas y
la mano que acaricia nuestro timón? Al
ancla que se arroja y nos ancla en las calas, mecidos por las olas y, todo ello,
sin imponer nada, todo ello, con el máximo respeto a nuestro libre albedrío.
Todo ello, ayudándonos como guía, como amigo, como maestro,
como mentor, en la búsqueda de nuestro
verdadero camino. El ángel de la guarda, que nos es asignado con pleno
consentimiento nuestro antes de encarnar, y nos acompaña más allá del tránsito
en lo que nosotros llamamos muerte, es sin lugar a dudas uno de nuestros
mayores aliados en nuestro camino, en nuestro verdadero camino, en el camino de
la creación de nuestra alma. El ángel de la guarda cumple distintas funciones:
es nuestro guía, nuestro protector. Protector, a veces, frente a lo que
podíamos llamar entes del bajo astral, aquellos que según las tradiciones son
demonios, diablos, parásitos energéticos, o simplemente, ante todo aquello que
en cierta forma nos agrede o nos ataca. También es defensa nuestra. Defensa frente
a los que, encarnados como nosotros, en
un momento dado puedan interponerse en nuestro verdadero camino, pero siempre
con el máximo respeto al libre albedrío. También es nuestro guía y nuestro
aliado en aquellos momentos en los que la vida sin darnos apenas cuenta, nos
tiende una mano. Allí está nuestro ángel de la guarda. En los pequeños
detalles, en las ayudas cotidianas, en esas pequeñas casualidades sin sentido
aparente, que nos encaminan en la dirección correcta, en ese pequeño viento que
nos empuja, en ese pequeño rayo de sol que nos alumbra.
Allí está nuestro ángel de la guarda. En ese hueco que
encontramos para aparcar o en la sonrisa de un niño que nos alegra el día. Ahí
está nuestro ángel de la guarda. En los pequeños detalles que hacen que el día
más duro sea soportable, ahí está nuestro ángel de la guarda. En el desvío del
camino, esa voz que retumba dentro de nosotros como si fuera nuestra conciencia
pero ligeramente distinta. Ahí está nuestro ángel de la guarda. Llevándonos
siempre con nuestro, permiso de forma suave y sutil hacia nuestro verdadero
camino, protegiéndonos de aquello que algunos llaman envidia, celos, ira u
odio, distintos pecados para una misma energía negativa.
Ahí está nuestro ángel de la guarda, reforzandonos en las
cortas decisiones para seguir nuestro auténtico camino. Ahí está nuestro ángel
de la guarda. Siendo nuestro centinela nocturno y nuestro guía diurno,
acompañándonos cuando nuestra alma sale de nuestro cuerpo físico y emprende su
viaje astral. Ahí está nuestro ángel de la guarda. Muchas veces ignorado, siempre
presente. Ahí está nuestro ángel de la guarda. Guiándonos en el mundo onírico,
en el mundo de los sueños, permitiéndonos realizar aquellas misiones que nos
han sido encomendadas, ayudándonos a llegar a aquellos sitios, si es que la
palabra sitio tiene algún sentido en este mundo, donde nuestra alma quiere ir, guiándonos como una brújula, escudándonos
frente a los distintos ataques que el día a día hace presentes, sonriéndonos,
ayudándonos y también, por qué no
decirlo, evitando a veces que nuestras propias decisiones tengan demasiada
severidad en sus repercusiones, siendo la mano suave que enseña, la mano suave
que nos es tendida, pero nunca la mano suave que nos aleja de nuestro propio
camino, pues siempre es máximo el respeto que el ángel de la guarda tiene hacia
nuestras decisiones y nuestro libre albedrío, lo cual no es óbice, no es
problema, para que sea siempre una mano amiga que nos ayuda a seguir en nuestro
propio camino.
Hay que diferenciar,
pues es muy importante, la ayuda sutil que nos ayuda a seguir nuestro propio
camino, de la influencia hostil que nos aparta de él. Esa es la primera lección
que todo ángel de la guarda conoce, y a esa lección dedica el máximo de sus
respetos, pues un ángel de la guarda siempre tiene encomendada la guía y la
ayuda en, nuestro verdadero camino. Nunca la de alejarnos de él. Nunca, bajo
ningún concepto, viola nuestro libre albedrío aún cuando conculque la decisión
de seguir un determinado camino alejándonos de él. Incluso en ese caso, nuestro
libre albedrío prevalece.
Sí que es cierto, sin embargo, que el ángel de la
guarda puede, en cierta forma, recordarnos cuál es nuestro verdadero camino,
aquel camino del que en un momento dado
nuestro ego nos aleja. En ese sentido, muchos son los ardides que tiene un
ángel de la guarda para actuar de forma que nosotros consideramos indirecta, a
veces casual, muchas veces sin darnos cuenta,
pero siempre está presente. En la mano amiga, en el grito de advertencia que no
sabemos de dónde procede pero evita un accidente, o en ese ligero toque que nos
hace volver a prestar atención al volante cuando nos habíamos despistado, o en
la voz que retumba dentro nuestro para
recordarnos algo que habíamos olvidado.
Ahí está presente
nuestro ángel de la guarda. Una voz que a veces confundimos con la conciencia, una
voz cuyo origen a veces desconocemos, una voz que aunque está presente en
religiones y tradiciones esotéricas, no se le da la verdadera importancia que
tiene. A veces menospreciamos y subestimamos el verdadero papel de nuestro
mejor amigo, de nuestro más fiel aliado, de nuestro mejor acompañante, de un
auténtico maestro, sin embargo en cierta forma tímido, pues pocas veces se hace
presente de forma notoria. Modesto, pues no se hace valer en todo lo que sabe y
en todo lo que vale.
Humilde, pues no se enorgullece de la gran misión que
desempeña a lo largo de, no sólo nuestra vida, no sólo a lo largo de nuestras sucesivas vidas, si no
todo el continuo desarrollo de nuestra alma. Sabio, pues distingue aquello que
nos conviene y en la práctica lo pone. Un gran maestro, un gran amigo, un gran
aliado. El mejor de ellos en muchas ocasiones. Un ángel de la guarda es una
bendición, una ayuda inestimable que Padre y Madre creadores puso a nuestra
disposición, con un amor incondicional, con una lealtad infinita, siempre
dispuesto a ayudarnos en nuestro camino.
El ángel de la guarda, que emprende el camino físico junto a nosotros,
él en forma etérea, pero siempre junto a
nosotros en nuestro camino físico, antes de él incluso, después de él incluso, nos
acompaña de forma constante. Nunca se aparta de nuestro lado. Es verdad que
para no conculcar la libertad que tenemos, el libre albedrío, a veces omite una
acción o una palabra, pero sabe que lo hace por amor, por sabiduría, por
permitirnos experimentar aquello que debe ser experimentado. Y sin embargo
tiene también la suficiente sabiduría para saber cuándo debe interponer su mano,
de forma suave, sin forzar nuestro camino, simplemente con una caricia que guía
el timón de nuestro barco en la dirección correcta, alejándonos de los
peligrosos acantilados o de los insondables peligros que a veces la vida
oculta. La vida es como el océano, , procelosa, profunda, a veces parece tranquila
y esconde grandes corrientes, otras veces se alborota y se convierte en una tempestad, en un maremoto de proporciones
inimaginables.
Siempre a nuestro lado está este fiel timonel, o más bien,
esta sombra que siempre permanece al lado nuestro y que de forma discreta nos
ayuda guiándonos con su luz, con su sabiduría y también, muchas veces con una
simple sonrisa, pues la sonrisa es muchas veces la mejor de las guías, la
sonrisa en la cara de un niño, la
sonrisa tierna en la cara de la madre, la sonrisa amorosa en la cara del padre.
Todo eso y mucho más es un reflejo de nuestro ángel de la guarda, que nos
indica con leves señales, con pequeños giros del destino, cuál es nuestro mejor
camino, el camino elegido, el camino correcto, el camino que deberíamos seguir
y del cual nuestro ego a veces nos aparta.
Gracias ángel de la
guarda por todo aquello que derramas sobre nosotros, por tanta sabiduría bondad
y amor, por tanto coraje, por tanta alegría, y por todos y cada uno de los
actos y omisiones que realizaste a nuestro favor. Gracias por ellos y perdona
que a veces seamos tan inconscientes de
tu trabajo.
Sin embargo en tu humildad, en tu amor, en tu
sabiduría, encontramos nuestro regocijo.
Gracias, ángel de la
guarda, gracias por tu compañía.
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